¿Qué nos pasa cuando escuchamos la palabra: GUERRA?

La Guerra es una palabra que ha formado parte de nuestra vida de un modo u otro, la guerra siempre estuvo cerca pero también lejos, tan lejos como lograron escapar. Cerca, porque es parte de la historia de nuestras familias; de nuestros vecinos; de nuestros gobernantes; de mucha gente conocida; incluso el Papa entre otras personas.
Los que nacimos en el siglo pasado hemos conocido y escuchado historias de guerra, incluso las oímos de primera mano y por supuesto, tenemos latente nuestra propia guerra de Malvinas.
Las grandes guerras han dado origen y sentido a nuestra nación, ha configurado el patrón de afrontamiento de la mayoría que vivimos en esta parte del mundo.
Gran parte de Argentinxs tenemos antepasados que han emigrado de Europa, Asia y África; vivieron durante y después de las guerras del Siglo XX, por eso somos un producto biopsicosocial muy particular: descendientes de personas que han sobrevivido literalmente a heridas, a la gripe española, a hambrunas, persecuciones, naufragios y éxodos masivos. Fueron personas con capacidad de defenderse por un sistema inmune, que pudo con las bacterias y virus pero sobre todo, personas con capacidad de resiliencia (por el terror y horror de lo vivido) lo que les dio las fuerzas para huir. Aquellos ancestros han logrado sobrevivir y viajar, llegando a estas latitudes donde se instalaron y renacieron en una nueva historia de paz, lejos de una guerra que quedó a miles de kilómetros de distancia. Pero esos seres que nos dieron nuestro existir en este tiempo y lugar, también han dejado todo ese registro de penurias y esperanzas en su legado celular. Sus descendencias, nosotros, llevamos impresas las huellas de esa guerra y de sus consecuencias. Muchos podemos relatar parte de la historia familiar e imaginar algo de lo que vivieron, pero probablemente, nuestras células tengan más capacidad de reconocer elementos de esa historia, que increíblemente se reproduce por streaming. Por eso Hoy más que nunca, la guerra se siente muy cerca, aunque estemos lejos.
Nuestro cuerpo se enciende, y se activan las alarmas internas, el sistema PINE sabe que algo malo puede suceder, el miedo surge en un presente real.
Sabemos que con la guerra se pierde; se pierde la vida, se pierden seres queridos, se pierde el hogar, se pierde el trabajo, los bienes, las tierras, pero sobre todo y por definición: SE PIERDE LA PAZ , LA LIBERTAD Y CON ELLO LA ESPERANZA.
Pensábamos que en esta era de la comodidad y el comer de más, para una parte del mundo no entraba en consideración otra gran guerra, sobre todo porque probablemente no deje descendencia para contarla; Pero una vez más, la historia de la humanidad repite sus ciclos, peste, guerra, egoísmo, todo para uno, nada para todos.
Otra vez los años 20 serán signados por pérdidas y cambios y la amenaza, el miedo se presentifica con su peor ropaje. Pero también tendremos que tomar de la historia los datos relevantes y positivos, de toda crisis vendrá un crecimiento. Necesariamente tendremos que mirar a nuestra época sin mezquindad y con sabiduría.
Nuestros antepasados nos regalaron la capacidad de sobrevivir, de reinventarse, de volver a construir un mundo con los objetos heredados de su cultura, recreando una versión mejorada, incorporando los avances tecnológicos y el progreso que resultó del sufrimiento.
Pero para dar pasos a esa escala hay que tener en claro, que mucho depende de la unión y colaboración social, de la ayuda mutua, de la fuerza y apoyo afectivo, de recursos, de trabajo y sobre todo de la EDUCACIÓN. La generación del siglo XXI necesitamos re-educarnos en valores y en manejo de emociones. Serán imprescindibles para la supervivencia actual.
Poder rescatar valores como la lealtad, la honradez, la paciencia, la tolerancia mutua y la tolerancia a la frustración y sobre todo la espiritualidad, como sea que se la conciba.
Se sabe que cuando nos encontramos unidos a otros, secretamos oxitocina que ayuda al apego, a la confianza; también serotonina que brinda bienestar y limita los pensamientos tremendistas; endorfinas que aportan dosis de alegría. Aún en el caos, se sabe que con la unión surgen acciones conjuntas y será la dopamina quien impulse la motivación, para el hacer y el creer, ignorando los temores para vencer las barreras de la actitud individual; esto permitirá que en forma conjunta se procure una sociedad más equitativa y considerada y menos belicosa.
Tal vez sin la amenaza real de la guerra no se tome conciencia de todo lo que podemos perder, pero también de todo lo que se puede ganar cuando se unen fuerzas para el bien.
Por definición, la situación actual reúne todas las condiciones para que el estrés aparezca, porque se lo necesita, es la energía para defenderse y por supuesto hay que aprovechar este beneficio.
Pero para que ese estrés no genere una carga alostática, que rompa el equilibrio y la homeostasia corporal, debemos ser cuidadosos en algunas cuestiones básicas: alimentación saludable y sobre todo mantener el respeto por los ritmos cronobiologícos. El descanso en horas nocturnas y la actividad física regular tienen capacidad para defender al individuo de la carga desmedida del estrés, que necesariamente va a incrementarse, sobre todo teniendo en cuenta que aún estamos viviendo la pandemia, las consecuencias del virus y las malas decisiones.
Nuestra existencia, la de nuestra descendencia y sobre todo la supervivencia del planeta, dependen de que las guerras impresas en nuestras células nos doten de capacidad de resiliencia y la sensatez suficiente para comprender que sólo se crece haciendo y se sana con sueños y proyectos; con la libertad tenemos todo lo que se necesita, aunque hemos escuchado muchas veces decir a los sobrevivientes: “no esperes que te den, anda a buscarlo”, “guarda por las dudas”, “algún día lo podes necesitar”, es decir, “ayudate que Dios te ayudará”.
Solo resta decir: esperemos que la guerra actual sea un escenario de poco alcance, suficiente para reflexionar y reaccionar, NO para destruir al mundo.
Por Orietta Sferco MP: 1965. Licenciada en Psicología UNC. Formada en PINE, Neuropsicología, Terapia Cognitivo Conductual. Perito Psicóloga